En la población Colón Oriente viven 4200 personas, de las que, aproximadamente cincuenta son vendedores de drogas y 500 son consumidores, según la presidenta de la junta de vecinos, Cristina Noguera. Es común ver a diario jóvenes, niños y adultos fumar pasta base en las calles y en las plazas del sector. Los soldados son los encargados de mostrar las ofertas a cualquier persona que camine con curiosidad o con angustia en busca drogas. Marihuana, cocaína, LSD y pasta base son las más comunes.
Ana Ramos es la madre de Patricio Herrera, un joven de 22 años que estudia ingeniería informática en la Universidad Tecnológica Metropolitana. El “Pato”, como le dicen los más cercanos, fue drogadicto por nueve años. Para Ana no fue fácil criar a sus cuatro hijos en un ambiente rodeado de delincuencia, violencia intrafamiliar y drogadicción. Como jefa de hogar, tenía que hacerse cargo de la mayoría de los gastos de la casa y, por esa razón, sus hijos estaban solos todo el día, a pesar de que en la casa vivían tres familias más. Patricio era el menor de los cuatro, el más vulnerable. Mientras sus hermanos salían, él jugaba fútbol por las tardes, pero muchas veces se quedaba solo.
Hace cinco meses, Patricio instaló una empresa de animación de cumpleaños, con la que financia parte de sus estudios. Estudia en la mañana y ocasionalmente trabaja en las tardes. Pero todos los fines de semana se disfraza de payaso, pirata, o de algún dibujo animado que reconozcan los niños. Entre sábado y domingo es capaz de tener cinco eventos. Con esos ingresos además ayuda a pagar algunas cuentas de la casa que comparte con su madre en la calle León Blanco, la misma que años atrás era el centro de reunión de sus amigos, en donde junto a un par de cervezas, marihuana y un par de papelillos olvidaban la realidad y se dedicaban a disfrutar sus efectos alucinógenos.
En 1994, Patricio tenía seis años, y como era costumbre, estaba jugando a la pelota con sus amigos. El Pato era el más chico de todos y gozaba de la protección de los más grandes frente a cualquier problema. No sabía bien qué eran las drogas, sólo veía que era algo frecuente en su círculo, algo que de seguro no debía de ser tan malo pues todos consumían. Ese día llegó el “Flaco”, uno de los narcotraficantes de la población Colón Oriente. Tenía 14 años y había sido detenido en varias oportunidades por tráfico de drogas, pero por ser menor de edad nunca estuvo preso. El Flaco se acercó a Patricio, y le ofreció un tubo de color blanco. Le dijo que si fumaba se iba a sentir muy bien, como nunca antes en su vida, que tenía un efecto relajante, pero que al mismo tiempo te hacía mejor para la pelota. En ese momento, el Pato cayó en el mundo de las drogas. Primero fueron entre dos y cuatro pitos por semana. Al mes siguiente ya era uno diario. A los tres meses, la adicción se comenzó a notar. Patricio no dudaba en asaltar a las personas en los paraderos para financiar su vicio. De la marihuana pasó a la pasta base, y con sólo siete años.
Su familia no se dio cuenta hasta que un día llamaron a su madre para decirle que su hijo estaba en la posta por sobredosis de drogas. “Para mí fue muy fuerte darme cuenta del problema del Pato. Como yo trabajaba no podía compartir con él. Sus hermanos eran mucho mayores y lo dejaban solo gran parte del día. Cuando noté cambios en Patricio traté de ayudarlo pero era imposible. Si dejaba de trabajar ¿De dónde hubiéramos sacado plata para la casa?, dice Ana Ramos con nostalgia, recordando la situación que vivió su hijo menor en su niñez.
El Pato se sentía dueño del mundo, y vivía su día a día sin pensar las consecuencias de sus actos. A pesar de ser adicto a la marihuana y a la pasta base desde muy pequeño, Patricio Herrera nunca dejó de ir al colegio. Su profesor de computación, Cristián Saavedra recuerda que era un niño retraído, que no compartía mucho con sus demás compañeros. A pesar de que no se destacaba por sus notas, se sentía muy atraído por la computación. Según Saavedra, el Pato iba casi todos los días en los recreos a que le enseñaran algo nuevo. “En ese tiempo el Windows 95 era el último sistema operativo, lo que cambió los cánones de la computación y es la base en los actuales computadores. Patricio aprendió a usar el Word y el PowerPoint antes que sus compañeros. Dibujaba en Paint y creaba nuevos fondos de pantalla”.
La rehabilitación
Para este joven fue difícil salir del mundo del que hace muchos años era parte. Pero a los 15 años su primera polola, Johanna, lo hizo abrir los ojos. “Nunca me sentí verdaderamente importante, ahora que soy más grande me doy cuenta de que era muy influenciable, hacía todo por sentirme parte de algo”. El apoyo de su polola sirvió para dar el paso hacia el cambio.
La sicóloga del CONACE, Carolina Acuña, asegura que -en términos generales- los drogadictos son personas vulnerables, con el autoestima baja, antisociales e intolerantes a la frustración. Además, las condiciones de riesgo del ambiente influyen en un 80%, sobre todo si la persona se desarrolla en un clima de pobreza, delincuencia, violencia o en donde las drogas son un panorama frecuente.
Patricio, motivado por su polola, se internó en el Complejo San José de Maipo, en donde se atendió gratuitamente durante un año y dos meses. No fue fácil el proceso. Al principio sentía una desesperación por consumir pasta base que no lo dejaba dormir, y si lo hacía, soñaba con drogas. También tenía alucinaciones, sentía fuerte palpitaciones en el corazón y muchas veces pensó en dejar el tratamiento para volver con sus amigos, los mismos que lo iniciaron en el mundo de las drogas.
Pero no lo hizo, siguió adelante con el tratamiento, a pesar de que su relación con Johanna había terminado. Su única motivación eran las ganas de salir de las drogas y la pasión que sentía por la computación. En el centro de rehabilitación los sicólogos y terapeutas lo ayudaron a tener autoestima, a valorarse como persona, a darse cuenta que la droga no lo conducía a ninguna parte y ahí también lo orientaron a seguir una carrera universitaria, aunque todavía le faltaban tres años por terminar el colegio, ya sabía que quería estudiar algo relacionado con computación.
Luego del largo proceso de rehabilitación el Pato no quería volver a la población por miedo a recaer y a que sus amigos lo influenciaran. Según la sicóloga Carolina Acuña “Una persona que vuelve al mismo círculo en el que se hizo adicta tiene más posibilidades de volver a recaer, sobre todo si se desarrolla en un ambiente de vulnerabilidad social, económica y afectiva, o si hay pobreza, delincuencia, hacinamiento y poco desarrollo profesional”.
Tenía todas las condiciones para volver a ser drogadicto, su situación económica no le permitía cambiarse de casa. Sin embargo terminó la enseñanza media en el Politécnico Los Dominicos e ingresó a la universidad a estudiar lo que desde niño fue su pasión: la computación. Actualmente, Patricio Herrera lleva siete años sin consumir drogas. Según Acuña, el proceso de rehabilitación nunca termina, pero mientras mayor es el tiempo que lleva una persona sin recaer, menor son las posibilidades de que vuelva a la adicción.